«Señorita, tíreme una foto»

Durante un tiempo, salí con mi cámara en el morral todos los días. Siempre tenía un rollo de película montado y si podía llevaba otro de repuesto. Blanco y negro.

Me gustaba mucho fotografiar a la gente en la calle. Pero me faltaba arrojo, me daba miedo que alguien se molestara al ser retratado. Así perdí muchas y muy buenas imágenes.

Una tarde -de domingo, me parece- salí a dar una vuelta, dispuesta a tomar unas fotos. A unas tres cuadras de mi casa me topé con un señor que me dijo «señorita, tíreme una foto». Me paralicé; no supe reaccionar. Creo que sonreí, pero a pesar de su invitación y su amplísima sonrisa, no pude siquiera alzar la cámara.

Han pasado catorce años y aún recuerdo su estampa: una cara gorda y simpática, bigote y doble papada, sobre una barriga prominente vestida de rayas. Lástima no haberla capturado.